No hay amor más grande
que el del que ampara al más débil,
ojos que miran sin súplica,
siendo solo aprobación,
lo que pide su alma noble.
Y en la digna indignación,
la realidad mira cerca,
con los ojos que se velan,
ante la indigna apariencia.
Sentados en el sillón,
piensan el intenso frío,
el caminar en la ausencia,
en los placeres vencidos.
Se diluyen en la esencia,
en el valor se marchitan,
si por debajo se iguala,
cuando se hace tabla rasa,
entre el mejor y el peor,
así, viste la desdicha,
con las ropas de neón,
y el nervio tan solo prima,
para vestirse mejor.
No cabe en si la tristeza,
cuando en la dura vorágine,
donde es el ego el que reina,
nada se mira por dentro,
todo se ve desde fuera,
y así, mirando el ombligo,
a la esencia se desdeña,
la tristeza, también cuenta.
No cabe entrega más grande,
de quien entrega el pensar,
mirándose desde dentro,
pensándose desde fuera,
no cabe en sí mismo el verbo,
si solo la vestimenta,
pone precio a la existencia,
si es lo que se ve, la esencia.
Se difuminan las formas,
cuando acude el intelecto,
ignorando la apariencia,
profundizando en los modos,
viviendo lo que se sienta,
sin que se ría la audiencia,
pero, prima el espectáculo,
por encima de la ciencia.
Amor se escribe sin hache,
pero es del Hombre y la Hembra.
De todo lo que transcienda,
de todo ser, de la Tierra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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