No sabe el ruiseñor
que el bello canto,
que emerge,
de su exsiguo pecho,
el espíritu agranda,
y la vida embellece,
alegre cantautor,
de elaborados trinos.
Cuando el retoño crece,
en su crecer altivo,
va engranando las piezas,
la vida va creciendo,
pero, hay pedazos sueltos,
que rebeldes levitan,
sobre el tallo crecido,
sobre adultas cabezas.
Ronronea el felino,
y se acunan los sueños,
en la extraña deriva,
que acompaña al viajero,
barrita el paquidermo,
decidiendo el momento,
y hay burbujas bailando,
y hay torcidos senderos.
Ya se oyen los cánticos,
son más claras las voces,
más audaz el sonido,
ya no sabe el rosal,
de su fértil belleza,
Ni el noble corazón,
que siendo ciego,
nunca niega el auxilio.
El tiempo se adormece,
en la apacible siesta,
la fuente es más cantora,
cuando llega la aurora,
y las voces se crecen,
cantarinas se prestan,
y en tal calidoscopio,
la vida se presenta.
No sabe la mirada,
que emana de los ojos,
de las pupilas prístinas,
de la mente y los órganos,
Y no sabe la mar,
del batel que la cruza,
pero su piel se eriza,
y sus entrañas tiemblan.
Si sabe la razón,
que la verdad se achica,
y sabe el corazón,
distinguir lo que vibra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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