Corazón que te alimentas,
de impulsos y sensaciones,
de latidos inconexos,
de deseos e ilusiones.
De latidos te mantienes,
como erráticos vaivenes,
pulsos que alcanzan la frente,
en tu arrítmica corriente.
La duda danza sinuosa,
la duda, crece o fenece,
y en su inestable compás,
vacila o da claridad,
como una pluma que baila,
al capricho de los aires,
donde el sabio nace y bebe,
donde el saber, vive y crece.
Donde late un corazón,
hay una furtiva mente,
que derrapa, que previene,
que cae convulsa o que crece,
que en cada latido duda,
que en cada pulsión se embebe,
del sentimiento que nace,
del pensamiento que ocupa.
Amor, que duda y vacila,
amor, que grita o susurra,
amor, que inmerso en la duda,
es caminante sin ruta,
amor, que dudando afirma,
efímero amor, que deambula,
y que pasa de puntillas,
como un ladrón que se fuga.
Duda, que hiere o que cura,
dudando, el humano aprende,
y en la duda se detiene,
quien piensa, razona y siente.
La duda es el devenir,
que en el secreto transita,
que en lo recóndito busca,
que duda de su existir.
La existencia, es el dudar,
el asombro al despertar,
en las dudas al crecer,
el gran dilema al nacer,
la sospecha, que al dudar,
algo, mucho más allá,
esconde la realidad,
de lo que los ojos ven.
Amor, dudoso y vital,
amor de efluvios y esencias,
amor, que no tiene ciencia,
Amor, de múltiples letras,
amor etéreo y brutal,
amor, mordiente y carnal.
El odio, no tiene dudas,
se ejerce sin vacilar.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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