No sabe el corazón de normativas,
ni sabe la razón de sentimientos,
la vida va bailando como el viento,
danza como las olas en el airado mar,
como una bailarina al ritmo de su cuerpo,
como un caudaloso río, que al azar,
golpea las orillas, como una pesadilla,
que atormenta sin piedad al soñar.
Amor entre comillas, que al dudar,
la esencia de su cuerpo se vacía,
los nudos que le unen se desatan,
ya el aliento no es apacible y cálido,
ni altera los latidos ni los pálpitos,
ya no escancia su mágica alegría,
ni voltea del revés las fantasías,
ni de su fuerza y energía es amo.
Como quema la sangre enardecida,
que fluye al corazón y allí bombea,
como palpita la verdad en la ceguera,
en los cerrados ojos que no piensan,
el lento parpadeo de la sonrisa,
ya no besa el aliento de la vida,
van ardiendo los leños en la hoguera,
y en los grises rescoldos aún queda vida.
Amor, que entre los restos grita,
que de las ruinas sin parar renace,
como de entre las piedras la flor nace,
un devenir de sombras y de ideas,
que afloran entre las luces cuáles sean,
y alumbran los senderos que se acercan,
siguen cantando con su voz cristalina,
ruiseñores y alondras con sus rimas.
El manto de la vida nos envuelve,
en un remolino de mociones,
y en los goznes girando sueña el Hombre,
en el violento vaivén de las desdichas,
y así, a veces, pierde el Norte,
y bailando otras danzas que cautivan,
en los abismos más profundos se sumerge,
en los rincones, donde la luz se esconde.
Amor de celofán que envuelve el alma,
amor de corazón que grita y salta,
al ritmo del latido que le abraza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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