martes, 2 de enero de 2024

OTOÑO.

Arboles desnudos,

que parecen personas desnutridas.

Veredas con rocío.

Niebla que obscurece el día.

Amantes que se besan

para protegerse del frio.

Barrenderos que recogen hojas

como si fueran billetes perdidos.

 

Con cada hoja llovida

de los árboles dorados,

partes mueren de mi vida

en este otoño que olvida

mis recuerdos añorados.

 

Otoño de ojos desnudos,

de parques empedrados de hojas,

de troncos de árboles

con grandes corazones,

de hambre del viento

cuando por las cañadas avanza,

de silencios cogidos

a las ramas de los abetos que visten

las sendas que llevan

hasta allí donde la tarde se despide.

De pequeños toques de campanas,

el otoño habita

allí donde un ermitorio

en mitad de un bosque se abre,

de paz y de susurros del agua que corre,

lejos llevando canciones

de la niñez ya ausente de quien esto escribe

para su deleite.

 

Tras el verano, el tiempo parece haberse vuelto loco.

Llega el frio anticipando el invierno.

Recoger castañas y setas en el campo dormido.

El sol se despide antes y abre la puerta a la noche,

que llega de la mano del miedo.

Hace un año, en septiembre,

empecé a sentir el calor de tu mano,

paseando por bosques amarillos.

 

Otoños que renacen en las pupilas de los enamorados,

en las cortezas de los árboles

y en ellos fructíferos corazones

con sus flechas de enamorados

y dentro latiendo entre amores dos nombres.

La raíz de la vida

convertida en sangre de pasiones,

así sea el otoño frío o traiga en su estómago hambre.

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri. 

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