jueves, 24 de octubre de 2024

AMAR A UNA MUJER MADURA.

No basta el gesto vacío para deshojar sus noches,
ni el silencio disfrazado en la boca que tiembla;
se necesita un hilo de sombras, un canto en broche,
para desatar la luna que su piel contempla.

No es robarle el mapa de su voz cautiva,
ni arrastrar las horas que se enredan en su pecho,
es saber danzar con el eco que, furtiva,
guarda en su lengua el invierno deshecho.Es rozar la tinta que duerme en sus dedos,

saber que en sus palabras anida un misterio,
donde los ríos que cruzan sus miedos
dibujan en el aire el rastro de un hemisferio.

Desnudarla es caminar por ruinas doradas,palpar en sus costillas los restos de estrellas,
beber en sus pasos las luces calladas
que nunca contaron lo que viven en ellas.

Entrar en su reino no es ser conquistador,
es mirar la tempestad desde la orilla incierta,
sentir la tormenta en la piel con su fervor,
y encontrar la calma en la puerta entreabierta.

No le tocas la carne, sino las estaciones
que oculta entre las ramas de su frente herida,
y te haces eco en las vibraciones
de los veranos que aún no ha perdido.

La haces tuya con el viento en los labios,
sin pronunciar su nombre ni quebrar el suelo;
eres el viajero que, entre ríos sabios,
bebe del fuego sin desatar su hielo.

Y si al final te deja entrever su sombra,
serás aquel que no mira con ojos terrenales:
sabrás que entre sus manos se desborda
el tiempo mismo, en surcos ancestrales

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