Hay días que pasan y hay días,
que no deberían pasar.
Hay días que son semilla
y otros fruto del deseo,
y otros tantos no se dan
por más que abones el huerto.
Hay días que son condena,
la inocencia se hace reo
por culpa de la injusticia
capaz de dictar sentencia
con la aquiescencia del pueblo.
Y hay días que somos libres
para hacer lo que nos nace
sin morir en el intento.
Hay días para perderse
en la base de tu seno,
descubrirte los secretos
y sentir la vida plena.
Hay días que son para darse,
pero hay otros más perversos
en que es mejor alejarse
del peligro de otro cuerpo,
evitar el desenfreno,
y no derrapar en sus curvas
sucumbiendo en la cuneta
de los falsos sentimientos.
Hay días inolvidables
que se quedan para siempre
con sus noches inefables.
¡Dulce recuerdo presente!
Hay días que son consuelo
y hay días para olvidar.
A veces, nunca amanece
y otros días son eternos.
Hay días que, al despertar,
se desvanecen los sueños.
Hay días para vivirlos,
y en cambio, hay días enfermos
en que es más que suficiente,
sobrevivirle a la muerte.
Todavía quedan días
para encontrar el sentido
a esta vida que vivimos
¡Queda tanto todavía
por aprender del camino!
Y si es poco lo que queda,
quiero que dé para mucho,
que me merezca la pena
aquello por cuanto lucho.
Así, cuando llegue la noche,
-el ocaso de los tiempos-
podré descansar tranquilo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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