¡Oye noche, me estás dejando loco!
Entre tu negrura y la blancura de mi soledad…
Calcifican mi cordura, la voluntad.
Tengo pesadillas que luego no recuerdo.
Y si despierto triste, más triste me pongo…
Porque sé de algún modo, que es por soñarla
aquí.
Otra vez la melancolía violeta.
Otra vez un perfume ya sin aroma.
Y el cuervo , y el ala derecha del cuervo
rota.
Y el mareo, el escalofrío y la sensación de
claustrofobia que en las noches me da.
¡Azul y morado! Siempre azul y morado.
Siempre ayer, siempre antes.
Diamantes de agua, lágrimas de cristal, preludio
del orgasmo.
La más agria que dulce melancolía…
Y la tierna
sonrisa mía.
Sonrisa del bravo que reconoce la hermosura
del amor incinerado.
Doce rabiosos perros rojos que siguen el olor
a pólvora.
Rastros de lo que dejó esa noche un poeta, y
su vida intensa.
Tengo la vista cansada, soy brizna.
Un cuerpo casi inerte, con una mente estéril.
Y un
estómago que con el tiempo se comieron
los gusanos.
Y ahora que el tiempo con su soplo cada vez
más frío todo me arranca.
Ofrendo, lleno de fe, las cosas que más
extraño…
El ocio
adolescente, una tarde calurosa de verano.
La voz, la mirada y la sonrisa de los amigos
que sin querer un día perdí y que ya jamás encontré.
El viento de principios de noviembre que nos
devuelve intempestivamente, amores ya sin nombre.
La vida es el sueño, tú el velo y la
noche…breve cómo yo, se acaba.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri