Te fui forjando como la mejor obra de escultura,
Definiendo con gran delicadeza cada rasgo, 
Cada detalle por más mínimo e insignificante. 
Con mis manos trémulas y delicadas, 
Te fui transformando 
De ése barro tan sencillo en un altar de arte. 
Con gran maestría forjé la delicadeza de las nubes, 
La esencia del perfume de las flores 
Inyectando la majestuosidad de las montañas 
Y el ímpetu de los volcanes 
En grandes fumarolas de ébano 
Que se fundió en una hectárea. 
Con pinceladas de oro y matizado con la ternura 
De las lágrimas amorosas de los ojos enamorados. 
Con la suavidad de la tensura de la seda, 
Entrelazándose entre marañas tejidas 
Por la gran maestría de las arañas. 
Así se fue transformando cada célula plasmada 
En esa escultura, 
Que entre el paraíso inverosímil 
De mis años fue resurgiendo 
A través de mis sueños, 
A veces ingenuos, otros perversos. 
¡Ah! Qué majestuosidad contemplan mis ojos, 
Azorados ante hermoso arte plasmado 
Con el suspiro del viento 
Y la fiereza de la jungla colorida 
Invadida con tallos majestuosos 
De la naturaleza misma, 
Única y brillante se impone, 
Sonrojando y palidecido el astro sol 
Ante el resplandor de la escultura. 
¡Nada escapó! ¡Se plasmó con gran osadía! ¡Se dio vida! 
Autor 
Antonio Carlos Izaguerri. 
 
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