Sus brazos siempre anhelando…
anhelando abrazar el cuerpo eterno
que se moja bajo la lluvia violeta,
lluvia en cascadas mueven sus pasos
al cielo y más allá de lo lejano
vientos de su querer cerca
como la boca los besos;
rosedal que en el puente se asomó
distraídos tiempos de pasiones
cuando los deseos se juntaron
se acrecentó el remolino de impetuoso
en el rozar sus cabellos
y su frente con sus manos tibias;
no hay más tormentas que sus manos quietas
inmóviles mediatizadas por el periódico del ayer
que rumiante escasea en escenas de pasión,
son tan sinceros los besos que no se dieron
y el recuerdo de las puertas …
puertas cerradas al deseo sostenido
de la vida misma;
columpian sus corazones
entre mesetas de espacio llano,
vientos soplan con fuerza
el andar de sus pasos lentos:
fríos, meciendo las horas
los minutos no se cuentan
en el pasado fugaz;
crisol de almendras en la pose
de persona recta en su cordura…
cordura ciega de nunca un te amo
y en lo hondo, los cristales ahogan la pena
por viscosos y empañados del sudor
de no poder tenerle;
cejas perfectas…
en el espejismo del te quiero
nariz perfilada
como la avenida de mayo
un surco de espacio…
espacio para los besos:
suaves, tibios, honestos;
sutil brillar de la piel bronce
que se acerca a lo cansado
de sus días helados
donde reposan los caracoles
el océano y las estrellitas de mar,
un oasis de aventuras
atrapadas en el silencio …
silencio dormido
y eterno.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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