Encontré en mi historia
cien flores marchitas
y entre todas ellas
una sonreía,
me acerqué despacio,
con la voz bajita,
intenté saber
si esta me quería.
Me detuve pronto,
pensé deshojarla,
miré mis estragos,
cómo lastimarla,
si después de mucho
ella era tan cierta
y después de tanto
era descubierta.
No tuve el aplomo
ni la valentía
de admirar siquiera
cómo es que yacía
entre tantos males
que acarrea el mundo
y entre las pasiones
de cortos segundos.
La tomé en mis manos
y cerré los ojos,
sus pétalos blancos
se tornaron rojos
y las hojas verdes,
tan verdes, tan suyas,
exclamaron juntas:
"Tómala, ya es tuya"
Y cayeron tristes
hacia el mustio suelo,
convirtiendo el verde
en un roto anhelo,
pero después otras
más bellas surgieron,
devolviendo ahora
todo cuanto fueron.
La pequeña rosa
sí sonrió conmigo,
yo pude brindarle
tan solo un abrigo,
qué mejor refugio
que un buen corazón
porque aquel amor
retó a la razón.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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