He anhelado siempre quimeras
que sabía imposibles,
hasta que llegaste tú para hacer
mi esperanza tangible
y a mi corazón,
a la razón desobediente.
No necesito mucho para quererte
y es inmenso lo que te quiero,
basta intuirte cerca,
imaginar que tú me sueñas,
desear a solas tu piel acanelada de seda,
buscar sin descanso tus ojos
en miradas ajenas,
recrearme a oscuras en tu imagen,
y aunque no pueda tenerte,
de ti, como loco enamorarme.
Sufriendo un dulce dolor
de ausencia que no desaparece.
¡No quiero!
Para mí es bastante amarte
sin tú saberlo.
Pero quisiera gritarle al mundo:
¡Me he enamorado!
Absolutamente…
De todo lo que tu ser desprende,
de lo que busqué sin cesar
por caminos inciertos donde solía
perderme, hasta encontrar
la guía del agridulce de tu aroma,
la melaza de tus besos
que saben a dulce de gloria,
el delicado tacto tus manos amorosas,
la calidez de tu abrazo al despertarme,
ese deseo de locos que aguarda paciente,
tu llegada a esta quimera y vuelvas
cristalina el agua de los lodazales que me bañan.
Nada espero a cambio de quererte tanto.
Llevarte en el iris tatuado,
me hace sentirte tan dentro
que hasta sediento de amor,
ya he bebido de la fuente
de tus carnosos labios
e impaciente aguardo,
comerme a besos…
ese fruto sagrado.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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