lunes, 21 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO VERSO.

Érase una vez la très belle epoque
cuando aún no gobernaba el reloj.
Sólo volaba el compás del minué
y el lago... con su virtuosa elegancia
muy quieto olía la suave fragancia
del verbo galante escrito en francés.

El jardín se apasionaba, flamante,
con el soneto del árbol amante,
pintor de la luna sobre un corcel.
Las luces trajeron una figura
creadora de la palabra pura,
palabra que surge bajo la piel.

De repente, emergió el verso cantor
y los ojos vieron al escritor.
Susurrante, se olvidó del ayer,
para mirar al pétreo castillo
dador del eterno, místico anillo
que enciende el alma y no deja de arder.

Apasionado, el poeta cantaba
y un alto emir, como muchos soñaba
escuchar a Bécquer, vivir a Tolstoi.
Nuevamente, el verbo suave y galante
llevó la noche con voces de Dante
a un tiempo que no es tiempo... al eterno hoy.

Luego, el silencio se hizo tan presente...
La luz de la luna dejó evidente
la estrella de versos, celestial grey.
Clavóse en las almas un pensamiento
que detuvo el reloj por un momento
entre príncipes y el ansioso rey.

Un decreto real se oyó imponente,
presuroso por grabar en la mente
el último verso... ¡la verité!
La noche, extasiada, leyó muy quieta
este verso escrito por el poeta:
¡L'amour est l'étoile de l'humanité!





Autor 
Antonio Carlos Izaguerri 

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