Cuando mi mente se enmaraña
en remolinos ofuscados,
busco una terapia que me ayude
a relajar mis pensamientos nublosos.
Nada mejor que la danza de las letras
para encontrar la quietud anhelada,
y empiezo a plasmar lo que mi alma grita
y en mi pecho arde.
Siento como poco a poco
mi cerebro agobiado se va tranquilizando
y mi corazón inquieto va recuperando su ritmo.
Pareciera que no necesito otra cosa,
solo un teclado, una pantalla,
mis dedos para teclear las letras
y mi imaginación.
¡Bendita y gloriosa imaginación!
ella hace lo que le da la gana
se mete sin credenciales por donde le place,
y la dejo volar y a veces caminar.
Si, que vuele hasta donde quiera
en la majestuosidad del cielo
y en los confines de la tierra
porque no conoce los límites,
¡Es inmensa como las estrellas del cielo
y tan poderosa como ella misma!
Alza su vuelo con toda libertad,
me dicta lo que se le antoja y yo escribo
y aunque sea por un momento...
¡Logro encontrar la paz que necesito!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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