Aquella tarde, la aurora salió de tus mejillas,
y la
virtud de tu gracia impactó en todas las tardes que llegaron a mis días,
eres la misma tarde, la misma de ayer, y serás
mil tardes más.
Desde aquella tersa luz que iluminó tu
semblante,
pude admirar la aurora retozando más allá del
amanecer,
mientras el destino se abrazaba de Morfeo,
sueños danzaban al ritmo de angélicas voces,
un preludio que deleitaba desde el principio.
Un beso mudo mitigó la ardiente pasión,
todo
palpitaba en nuestros labios,
recorriendo los cuerpos infinidad de veces,
hasta
que la locura se perpetuó en el resto del tiempo.
Nada podría ahondar más mi escasa razón,
al
sentir tu armónica presencia,
eres inexorable parte de un indivisible
existir de mi alma,
despiertas mis ojos en toda tu piel.
Nunca podrás imaginar cuando te quiero,
no
existe cordura humana que pueda imaginarte,
ni
tampoco existe una aurora,
como la que se posó aquella tarde sobre tus
lozanas mejillas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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