El mar se torna violento,
la vida vuelve y se agota,
el verso sueña y entona,
de nuevo sus fundamentos.
La voz seduce y adorna,
con matices lisonjeros,
mientras la mirada brilla,
enamorando al lucero.
La ausencia se va quedando,
en los olvidados huecos,
en la grisácea penumbra,
donde dormita el deseo.
Nuevas sensaciones nacen,
como bellos rododendros,
elevándose orgullosos,
a los espacios sin tiempo.
Versos que vienen y van,
en controvertidos tiempos,
ahítos de sentimientos,
siempre libres de maldad.
Presos en el interior,
pero rebeldes saliendo,
abrazándose a los vientos,
para entonar su verdad.
La mar en calma dormita,
como una manta de brisa,
que respira dignidad.
La vida en su seno cambia,
vive, muere y sacrifica,
en sus regazos envuelve,
vivas pasiones e iras,
de un enorme corazón.
Se va alargando la luz,
que se refleja en las risas,
brillantes en las sonrisas,
que en los labios se perfilan,
un lucero se arrodilla,
en el sutil resplandor.
Rojas rosas de pasión,
en las palabras sencillas.
Verso que al amor incita,
con su intermitente voz.
Susurra, pero no grita,
para sosegar la prisa,
que le pide el corazón.
La vida es un diapasón,
que al unísono se agita.
La impenitente canción,
que no muere ni se olvida.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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