El placer se hizo presente
cuando mis ojos te vieron,
con el cabello mojado
cuando saliste del baño
y te acostaste en mi lecho.
Qué delicia ver tu pecho,
dos volcanes separados,
presentí su erupcionar
y del cráter arrojar
suaves pétalos al campo.
Pero ya no pude más
fue tu mirar cristalino,
lo que me hizo engrandecer,
pues tus ansias de mujer
dieron caudal a tu río.
Quise ver dónde nacía
su aromática cascada,
se juntaban dos caminos
y en la selva he percibido
que una gruta lo emanaba.
Con mis manos de tu talle
las deslicé a tus axilas,
comenzó la melodía
pues tus pequeños gemidos
provocaban a mi hombría.
Y rozando tu albo cuello
con la lava de mis labios,
llevé mi mano a tu selva
y la amistad de tus piernas
terminó y se separaron.
Pensé entrar en la caverna
mojé un dedo en tus entrañas,
sentí que no era el momento
y aceleré el movimiento
de mi mano en su montaña.
Levantaste tus caderas
tu cintura se hizo un arco,
¡Qué bellísimo alarido!
Sentí cómo te has corrido
y más te apretó mi mano.
Fueron dogales tus brazos
que apresaron a mi cuello,
dos veces más he logrado
darte placer con mi mano
sobre tu mojado vello.
Tu cabello está mojado,
tu mirada cristalina,
y tu cuerpo hoguera ardiente
ya empapado de placeres
me pidió te hiciera mía.
Con amor te poseí
pero dejé de ser tierno,
se concentraba mi sangre
y volviéndome un salvaje
te hice conocer el cielo.
Me gusta ver tu cabello
cuando lo tienes mojado,
y me gusta tu sonrisa
cuando después de ser mía,
¡Yo te arrullo en mi regazo!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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