Extendió las manos y la cabeza esperando que
la guillotina cayera
y muy pronto le quitara la vida,
que se desapareciera el
suspiro y que nunca más hubiera reflejo en sus ojos.
Sin embargo lo único que recibió
fueron
látigos que uno a uno se sintieron como caricias
pues el dolor que había en su
alma era más fuerte.
Oh cielo mío,
cuántas veces lo había intentado
y simplemente sus ojos verdes lagrimaron,
cuántas veces no había intentado
refugiarse en el último suspiro.
Gritaba: "No quiero más la vida,
no la
quiero ni para vivir contigo".
Siempre esperando el momento extendía las
manos y la cabeza,
más siempre recibía caricias.
Pero porque soñara en esperar un momento
porque lo hará si su rostro aún es viento,
porque no querer la vida si la vida
misma es muerte,
¿Es que acaso quiere empezar a vivir?.
Oh cielo mío porque sigue gritando
"No
quiero más la vida".
Puso sus manos en el fuego...
por aquella mujer...
pero, no se olvidó de su perfume de mujer,
cuando en el tiempo, sólo obtuvo un callado
ser,
¡y sus manos, ay, de sus manos!,
quedaron cenizas frías,
como el dolor de sus caricias,
¡en el alma, ay, el alma!,
en que sólo la luz alumbró como aquel fuego...
entre sus más frías manos...
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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