Lo sé con nitidez, como sé bien mis utopías,
que somos los transeúntes de este dédalo de
vida,
que unos pocos atrevidos lo dominan,
que otros pocos arriesgados se aventuran
y otros muchos no se atreven
y en su huida …
van sonriendo con un gesto que,
-no saben-,
los delata la ignorancia,
que es grillete y cobardía …
Esos pocos atrevidos y resueltos,
son los
líderes que arriesgan
ser los marginados de sus tribus;
son las voces ignoradas,
son los gritos de insistentes advertencias,
de hombres libres que al salir de su caverna
conocieron y supieron con angustia
de la triste desventura que se cierne
sobre aquellos otros tantos que ignoraron
con sonrisas agridulces y desdenes inmorales
que la vida no es eterna,
que esa dicha es pasajera,
y que pocos son los libres,
y que pocos son los fuertes,
y que pocos son los fieles
y que muchas son las sombras …
Son la ubérrima indigencia de motivos,
son la negra oscuridad que no les muestra
la precaria insuficiencia del momento,
de ese instante que se escapa de ellos mismos,
del respiro al que no damos razones
para ser los atrevidos gladiadores;
aguerridos buscadores del sentido
de la vida y de su triunfo libertario,
sin euforias que se vuelvan distorsiones,
sin afectos que distraigan del camino,
porque sólo en la batalla de la vida,
de esa vida personal con sus historias,
los valientes,
siendo libres y aún muriendo de ansiedad
son del triunfo y libertad
una victoria.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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