Fue una noche que lucía la luna más bella que
nunca, yo llevaba un vestido blanco y de falda amplia, ella camisa blanca y
pantalón oscuro, el brillo lunar se reflejaba en nuestra ropa, caminamos
tomados de la mano bajo la fronda de los árboles, era una noche especial, tan
hermosa y cálida como el amor que nos abrazaba.
Me tomó de la cintura y apoyó en el grueso
tronco de un sauce añoso y su boca apretó la mía hasta marcar con sus besos
huellas imborrables, aún si rozo mis labios con mis dedos puedo sentirlas.
Envueltos en su halo nacarado nos amamos bajo
el sauce sobre una alfombra de verde hierba. Ella robó mi pureza, yo desperté
como crossdresser y desde ese momento su cuerpo era mi sombra y el mío su
espejo, nos amamos hasta ayer tantas veces y en tantos sitios que podría
olvidar alguno, pero no lo creo, están grabados en mis piernas, mi ombligo, mi
cintura, en mis labios, mi garganta y mi centro.
Con lunas como aquella me hice su amante
perfecto hasta ayer fue todo tan claro como la luminosidad de aquella luna.
Sin mediar palabra tomó su maleta y se fue,
hace unos días en la mañana aún me besaba con pasión, y por la tarde solo dijo
se acabó.
No he llorado, no puedo, no tiene sentido,
solo puedo pensar que se terminó el hechizo porque desde esa tarde la luna ha desaparecido
y llevo varias noches de oscuridad infinita.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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