Girando las manecillas
en su tozudez constante,
impertérritas y ajenas
a lo que vive y subyace,
marcan el tiempo que queda
y la criatura que nace.
Machacona letanía
marcando el ritmo del viaje.
Los días horas parecen,
si el pensamiento se crece
en la tranquila armonía,
y los segundos minutos
cuando el dolor se retuerce.
La profunda sinfonía,
que adorna lo que acontece
y sobre la piel fallece.
Se va acortando el futuro
mientras el pasado crece
y giran las manecillas,
como la vida, constantes.
La materia se dibuja,
sobre un tapiz deslumbrante
y va cambiando su forma,
arrugando su semblante.
Surcos entre las costuras
de caducas sensaciones
y fatigas confundidas,
con sortilegios y dones.
Senderos entre los poros
que surcan los manantiales,
donde se gesta la vida,
arrastrando sus pesares.
El tiempo golpea a quien reta,
sus leoninas condiciones
y del contrato se olvida,
solicitando atenciones.
Muestra su cara perversa,
a quienes creen que es eterna,
la vida que los sostiene,
a un contrato que termina.
Se van, pero siempre queda,
la esencia de sus quehaceres.
Los jalones de existencia
cincelados con paciencia,
entre amores y pasiones.
Queda impregnada la vida,
si las verdades son ciertas
y dejan huella en las sienes.
Giran y giran sin pausa,
como giran los ciclones.
Como remolinos crueles,
que abducen a los durmientes.
Como giran las ideas,
cuando el pensamiento crece.
Cuando la vida se extiende,
como un manto que protege.
Todo fluye y se deshace.
Todo caduca y renace,
en su infinita estructura.
La muerte no es importante,
solo la senda emprendida.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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