La densa tempestad llegó sin dar aviso
en olas de amargura, y en una extensa bruma
sin penas, sin piedad, hundió lo que ella
quiso
para atibar un sueño y hacer que se consuma.
Sintió en la piel el cencio de origen
impreciso
en una oscura noche con lágrimas de espuma
y solo en su maleta cargaba el compromiso
de ver la claridad el tiempo que le insuma.
Navega turbulencias de océanos y mares
perdida en la calígine mordaz contra los
vientos
que intensos amenazan recónditos lugares.
La luz de la esperanza se enciende por
momentos
y en esa paz inmensa olvida sus pesares
clavados en su ser en finos filamentos.
Resiste a los sedientos
endriagos del camino flotando en la añoranza
guardada muy celosa de aquella lontananza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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