En un resquicio se quedan,
rescoldos de aquel amor,
cenizas que van flotando,
como al viento las pavesas,
de una hoguera de pasión.
Algunas motas regresan,
otras sin ruido se alejan,
en busca de otro rincón.
Sumergido en los secretos,
vive el deseo escondido,
nervioso, ágil y perdido,
entre temores y miedos,
fronteras que van cercando,
los más humildes anhelos.
La voz se esconde en el alma,
como un furtivo viajero.
Vive ensimismado el Hombre,
a su ombligo reducido
y no mirando más lejos,
queda en sí mismo recluido.
La oscuridad se hace dueña,
del talento y los instintos
y mirando de soslayo,
se va acercando el desprecio.
Canciones en el ayer,
frescas de nuevo seducen,
como de recuerdos lucen,
reliquias que hacen crecer.
Retratos malhumorados,
otros vuelven del pasado,
para hacer reverdecer.
Guardados en el arcón,
quedan otros olvidados.
Mientras de rocío se cubren,
las hojas de la ilusión,
brotan del sueño los flecos,
del amor que se alejó.
Aromas que se repiten,
quedan en el aire presos,
como pompas de jabón
reflotando entre los sueños.
Se va diluyendo el hueco,
que en el tiempo se quedó,
en la nostalgia el recuerdo,
convertida en un ciclón,
que desarbola el batel,
que navega entre dos luces,
entre el hoy y el ayer.
Sendas para ir recorriendo.
Trinos que adornan los días,
henchidos de nuevas voces,
musicando la alegría,
retrocediendo en el tiempo.
Estrofas de melodías,
entre la tierra y el cielo.
Son las vidas los acordes,
de un instrumento que grita.
Y así, en completo silencio,
se queda quien solo mira.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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