En el mar de la impaciencia,
brota la insegura prisa,
precipitados deseos,
entre ideas imprecisas.
En el río de lo indeciso,
se gesta lo reflexivo.
o se desata la ira.
No hay en la prisa consciencia,
ni hay en lo veloz certeza.
En el corazón belleza,
cuando no nace el delirio.
La ternura es la certeza,
de que es seguro el cariño.
El tiempo rueda en guedejas,
que cuelgan de los sentidos.
Amor que acuna sus hitos,
cuando encuentra su camino.
Silencio, dijo la vida,
aturdida por los gritos.
Pausó el tiempo al caminar,
calmó la ansiedad y el ritmo
y se desbrozó la mente,
de los restos de la ira.
Una suave melodía,
a la calma renacida,
se unió, callando los gritos.
El corazón en un puño,
se contrajo dolorido
y cada golpe de aliento,
dobló el silencio sin ruido.
La voz pausada en los labios,
en los ojos el suspiro,
en las manos temblorosas,
el latido se deshizo.
Caminante entre las hojas,
restos del árbol caído,
cada tormenta renueva,
de brillantez los caminos.
Una ráfaga de viento,
imagina que es el tiempo,
arañando lo vivido.
Caminante en sus andares,
de cada instante fallido.
En la mar de la existencia,
fragorosas son las olas,
que azotan flancos y ritmos,
el silencio se deshace,
dando paso al alarido,
la voz cuajada de notas,
de un contralto barítono.
La mar derrotó al silencio,
alejándose sumiso.
Amor mudo y silencioso
o airado cual griterío.
Amor de perladas frentes
y ojos ahítos de brillo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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