Se hacía el aire de su aroma a ensueño, el
fuego se colgaba del silencio de sus manos, un estero de pasiones se paseaba
por sus pechos y por cada beso mío quedaba el cielo sonrojado.
Mientras dormía, yo le removía sus cabellos
con mis dedos, la imagen descansada y el futuro sentimiento. Con la dicha libre
a los sueños y abrazada a la pausa de su almohada, se fundían con su aliento
las caricias de la mañana.
¡Qué dicha era la mía contemplándola desnuda,
dormida por los sueños después de una locura! Leía cada letra de su respiración
y el verso ya formado de su mano aquí en mi pecho; la vida era la misma vivida
por los dos y el día se llenaba con sabor a firmamento.
¡Qué dicha era la mía contemplándola dormida,
desnuda ante mis ojos que al verla la envolvían! Leía cada letra de su
respiración y el verso ya formado de su mano aquí en mi pecho; la vida era la
misma vivida por los dos y el día se llenaba con sabor a firmamento.
Desnuda y tan mía se veía entre las sábanas:
ella dormía ... y yo era el que soñaba.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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