Del néctar de la vida,
el sabio y el poeta,
sin cesar se alimentan.
Como abejas obreras,
cuidan de la colmena,
de la mente que piensa,
del detalle minúsculo,
de la jugosa esencia,
del átomo y del núcleo.
Una voz clandestina,
en los labios precisa,
se ha mostrado indecisa,
si ser aliento o brisa,
si hermosa o agresiva.
En la duda cohabita,
con la calma y la prisa,
en su aleteo, imprecisa.
Bebe el amor del nervio,
que vibrante succiona,
la pasión que gravita,
sobre la esencia misma.
En la vida palpita,
como una hoja al viento,
como un molino gira,
sin descanso en su centro.
Una mirada limpia,
cautiva en las pupilas,
se ha quedado mirando,
como la Luna mira,
en los ojos serenos,
donde la paz habita,
festonados los párpados,
con dos bellas cortinas.
Corazones de lata
revestidos de cera,
en celofán envueltos,
bañados en riquezas.
Corazón de madera,
de frialdad que delata,
sombra que no proyecta,
porque no tiene sombra.
Grito que se derrama,
de justicia investido,
con la verdad sangrando,
de derechos heridos.
Se ha quedado entre voces,
como un vago quejido,
que en el albur se pierde,
entre murmullos híbridos.
La verdad se detiene,
si la razón se pierde,
entre oscuras miserias.
Un luz cegadora,
ha cerrado los ojos,
a la verdad auténtica.
La penumbra se cierne,
si la verdad no aflora.
Amor en el estío,
abrasador, bravío.
Templado en la calima,
perlados los sentidos.
Acaricia la sombra,
mitigando los gritos,
mientras cantan los grillos.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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