Mientras yo dibujaba tu cuerpo con mis manos,
el destino se encargaba de pintar nuestro futuro. Se creaba el nuevo mundo de
dos seres encantados por la dicha de sentirse libres, plenos y desnudos.
Se podía observar el porvenir en tus pupilas,
realzando los detalles de las flores del camino. Todo hermoso, azul, sereno, en
tus ojos se veía, y es que todo era tan tuyo como lo sentía mío.
Nada. No había nada más hermoso que disfrutar
lo no vivido, sabiendo que eran muchos los días para amarnos. Ser tocado por
tus labios, recorriendo lo divino, era estar sobre una nube de cojines
perfumados.
Amarte era mirarse con el alma entre los
cielos y a la vez sentir los pies bien puestos en la tierra. No podía haber
instante más sublime que el momento que a mí hacía vivirte contemplando tu
belleza.
Y mientras yo dibujaba tu cuerpo con mis
manos, el destino se encargaba de pintar nuestro mañana. Se creaba el nuevo
mundo de dos seres encantados por la dicha de sentirse con las almas liberadas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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