No sabe el ruiseñor,
que el aire límpido,
se alejó a cielo abierto,
pero siente el hedor,
del aire nuevo,
un olor rancio y acre,
que amenaza su tiempo,
que mancha su plumaje.
Ríos de tinta,
para ensalzar al necio,
anónimas heroínas,
en el recuerdo extintas.
Manantial de medallas,
sobre obras ficticias
y homenajes de lata,
a figuras sin vida.
Una fracción sublime,
se ha perdido en el tiempo,
una ráfaga de oro,
un fugaz bello beso,
enamorada nota,
de un atrevido verso
y unos ojos que hablan,
con matices sinceros.
No sabe la canción,
a quien redime,
pero todo lo impregna.
Ni a quien seduce sabe,
ni a quien deprime.
No sabe cada nota,
al corazón que llega,
ni sabe quién lo sabe.
Que merece el avaro,
que solo observa,
como su ego se ceba,
como su bolsa engorda.
Que sabe de nobleza,
quien solo medra,
quien en si se recrea,
volcándose en su credo.
Se rompen las costuras,
del elegante traje,
hecho a golpes de prisa,
de falsas sedas.
En sus frágiles hilos,
la esencia escapa,
se rompe la textura,
se deshace el coraje.
No sabe el ruiseñor,
lo que el humano rompe,
pero siente en su canto,
su trinos tristes.
De promesas no sabe,
que luego enferman,
pero del viento sabe,
el fuego que le quema.
Donde quedan los cantos,
de la belleza entera,
cuando en la primavera,
los amores cantaban.
Cuando vendrá la aurora,
con la verdad completa.
Donde duermen los besos,
que aún no se despertaban,
donde la voz se inquieta.
La pasión se lo lleva,
con su hercúlea insistencia.
Amor que te arrebata,
con su eterna influencia,
no abandones las mentes,
que intranquilas te esperan.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
No hay comentarios:
Publicar un comentario