martes, 11 de agosto de 2020

ARRUGADA VESTIDURA.

La piel curtida se pliega,

sobre la curtida estampa,

recia y madura prestancia,

en una figura pétrea.

Ojos profundos que hablan,

como terrones de tierra,

olor a tomillo y jara,

manos sembradas de grietas.

 

La cicatriz se quedó,

el tiempo tapo la herida,

con una nueva pasión,

se quedó atrás la infringida.

La piel renace y claudica,

de la sonrisa de ayer,

solo quedó una premisa,

un recuerdo que se fue,

etérea mueca perdida.

 

Sabio rictus, bella arruga,

entre los pliegues cautiva.

Cada surco un renacer,

de cada instante una vida.

La inteligencia nos mira,

con palabras de oro y miel.

Una pasión escondida,

en una arrugada piel.

 

Gardenias en el jarrón,

presas en agua, proscritas,

de sus raíces arrancadas,

esclavas en el placer,

de la mirada egoísta.

Entre marchitas y ajadas,

los más fieros ojos calman,

condenadas por no ser.

 

Y la pátina del tiempo,

presurosa a aparecer,

las huellas sobre la piel,

como fieles andariegos,

la impronta de su quehacer.

Se rompe la voz,

profunda como un amor,

plasmado en una reliquia.

 

Surca el verso la armonía,

intentando conocer,

de qué materia es la vida.

Envejecida agonía,

de saber y conocer,

placeres entre las rimas,

que al poeta hacen crecer,

como al árbol la semilla.

 

Rostro de sabiduría,

amor guardado sin prisa,

en la mirada que brilla,

henchida de conocer.

Como párpados cortinas,

que se pliegan de vejez,

en la sincera sonrisa,

cautiva al anochecer.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri.

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