¡Oh aurora de mi sueño,
de mi dulce fantasía,
decid al labio tu alegría,
alegre labio, con empeño!
Clavad tus ojos vigorosos
en los míos encendidos,
—para amores distraídos —;
posad tus ojos hermosos.
Tocad con tus manos
mis manos a través del cristal,
y atad tu pasión celestial
a la pasión mía con los ufanos
recuerdos del alma, lejanos
al pecado, la muerte, el mal.
Unid a mis manos tu corazón
sincero, tu corazón amado,
y con el amor creado
hagamos melodía de pasión.
Paseemos por las calles tranquilas,
y de las calles, en cada giro,
ahoguemos el callado suspiro
con los labios, y el corazón con esquilas.
Y si del amor hondo cielo
se crea por alma,
amada, mantén la calma:
¡recordad que sólo es el anhelo!
¡Oh el gran anhelo,
la gran quietud que domina
las dos almas, que camina
en el corazón sin recelo!
¡Ah, la vastedad y el misterio,
la dicha y la inocencia
de tu profunda creencia
en el amor de grato salterio!
¡Sabedlo: mi humilde dicterio
es la voz más profunda,
amada, del amor sincero,
de mi alma rubicunda,
para el corazón que quiero!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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