Mientras la luna se acomodaba en lo alto, a la derecha de su cama su aroma abrazaba la atmósfera de la habitación, sus caderas humedecían la noche y los minutos —tibiamente— sucumbían a su encanto, dejando en la profundidad de su belleza la chispa encendida para los juegos artificiales, mientras los deseos de sus cuerpos estremecían las sábanas —arrugadas por el huracán de emociones—, los besos, hábilmente desordenados, dibujaban el amor entre sus pezones y su ombligo —erizando la noche—, completamente entregados, cenando la distancia que apenas los separaba.
Y a medida que la noche avanzaba, sus manos
recorrían sus territorios en sentidos contrarios, explorando cada lunar que
armoniosamente diseñaban sus cuerpos y la luna no los podía ver a simple vista,
hasta que dos manos atrevidas, sin remordimiento alguno, la despojara de su
vestido dejando ver el encanto de sus muslos blancos deslizándose sobre la
sábana al roce de los besos que vivamente se acercaban a la orilla, para chupar
el néctar de aquella tentadora flor que se abría gustosamente entre sus
piernas, perdiendo la cordura, atrayendo el deseo erguido a su centro de
gravedad, dejando que la humedad se calentara con cada penetración deseada, como las olas que van y vienen,
estremeciendo sus playas, sincronizando sus deseos en el mismo camino.
Deseos consumiéndose en el desorden de la
habitación, coordinando sus cuerpos con cada espacio de la cama; dichosos, inventando
posturas para cantarle al amor, rimando cada movimiento de sus glúteos con el
lenguaje de la pasión, escuchando sus latidos acelerados en medio de la
deliciosa oscuridad con la sinfonía de aquellas frases sueltas dispersándose
por la habitación: ¡Ohhh! ¡Sigue, sigue mi amor! ¡Eres el amor de mi vida!
Mientras sus piernas estrechaban más su
cintura, flotaban en la habitación desafinados gemidos: ¡Mmm!, ¡te quiero
aquí!, sentir que me penetras para apagar esto que siento por ti. ¡Hazlo!
¡Hazme sentir todo! ¡Todo! ¡Todo!. ¡Umm! ¡Te amo!. Todas esas frases fluian y
eran ecos de sur a norte desafiando la noche hasta quedar abrazados,
completamente desnudos él respirando su aroma bajo su nuca con las manos sobre
sus caderas y sus pezones.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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