Dejarse llevar,
en la corriente del río,
flotar como ausente,
en la caricia líquida,
de su fortuito brío.
En la mar ser un átomo,
de su cuerpo ciclópeo
y en la cresta de la ola,
viajar como perdido.
En un lugar ingrávido,
flotar en el vacío,
ajeno a los vaivenes,
del grávido sentido.
En el tranquilo lago,
en su cuerpo translúcido,
soñar sobre su piel,
en su cristal dormido.
Suave roce travieso,
como un ser fugitivo,
que en la atmósfera vaga,
cual viajero perdido.
El delicado beso,
que apenas roza el ánima,
etéreo como un hilo,
de un efluvio que pasa.
Un sentido que aflora,
en la mente escondido,
cual promesa guardada,
en las hojas de un libro.
Una pasión que inflama,
al minúsculo músculo,
la emoción que derrama,
dejando un tibio surco.
Se fue el halcón del nido,
plumífero viajero,
la sabia luz que vive,
en su atenta mirada,
en sus ojos certeros.
En el plumaje el viento,
de su majestuosa calma,
en su armonía innata.
Sentir la tierna brisa,
sobre la faz serena,
una cálida noche,
donde la Luna ama.
El flujo que te envuelve
y que el embrujo salva,
con sus manos de magia.
Una sombra que pasa.
El sabor de la tierra,
de su carne mojada,
olor en las entrañas,
a vida que renace,
del vientre que la pare.
Una hoja que cae,
silenciosa y atávica,
de un libro de añoranzas.
Dejarse adormecer,
con la suave tonada,
de una voz que palpita.
Una cálida sábana,
un cuerpo que se gira.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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