Una casa de papel,
letras danzando curiosas,
un poema que leer,
con ojos de terciopelo.
Unas sendas sinuosas,
para crecer y crecer,
un verso, que desde el cielo,
mira al humano sincero,
sumergido en su quehacer.
De rosas cubrió el jardín,
de luces el Universo,
más se dejó sin cubrir,
el vacío de su cerebro.
Llenó de falsas promesas,
la mente infantil y terca,
alimentando sonrisas,
para después deshacerlas.
En el borde del sendero,
las hierbas crecen altivas,
libres de pisadas vacuas,
en su hermosura sencillas.
Hay huellas que van marcando,
para otros el camino
y pisadas que atraviesan,
las vidas que van llegando.
El ojo buscó el destino,
entre sueños y quimeras,
girando cual torbellino,
dando tumbos cual beodo.
Fue construyendo fronteras,
alambradas en los hombros,
en falsas conciencias muros
y rejas en las cabezas.
Parapetos de teflón,
en falsas mentes reptantes,
simas como sumideros,
que abducen el corazón,
de cerebros despreciables.
Perdidos en los senderos,
quedan cuerdos y dementes,
unidos por el amor.
Del olvido que todo lo tapa,
al recuerdo presente y tenaz,
la canción que la emoción desata,
al azufre que huele a dolor.
Una sombra se cierne veraz
y la luz verdadera se apaga.
Se descubre desnudo el amor,
en el verbo de verdad innata.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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