En lo más profundo,
en lo más hondo,
donde se acaba el mundo,
donde empieza el secreto,
una lágrima rueda,
mensajera sin rumbo,
para hastiar el vacío,
del grisáceo inframundo.
Solitario se fue,
atravesando el eco,
entre voces sin vida,
en una audaz partida,
entre nieblas y humo.
Una señal difusa,
un arrebato mudo,
una vida que fue,
otra emprende su rumbo.
Retoñó la esperanza,
al sentir la caricia,
de una brisa temprana.
Evocando la risa,
de una alegría pasada,
el trinar de las aves,
en la atmósfera cálida,
de la apacible calma.
Profundas las miradas
y hondas las palabras,
enfundadas en versos,
rimando con el alma,
de una voz que se calla,
de ese certero dardo,
de Cupido en el alba,
del temblor que arrebata.
En el profundo abismo,
donde habita el mañana,
se debaten las cuitas,
las siluetas se trazan,
se aglutinan los años
y se perfila el karma.
En el fondo profundo,
donde el amor se plasma.
Amaneceres claros,
de luz inmaculada,
sobre la superficie,
de la tierra agrietada.
Donde crece la vida
y el amor se amamanta.
Una fruta prohibida,
ha crecido en la nada.
Profundas las pupilas,
que de mirar taladran,
escrutando el origen,
donde el amor se agacha.
Una honda mirada,
al mundo que anda y pasa.
Unos ciclópeos ojos,
que el amor desentrañan.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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