El dolor la golpeó de tal manera
que pensó en rendirse de una vez,
se dejó llevar por tanta pena,
no pudo más con su tormento,
y cargada de impotencia …
abandonó su sensatez.
Cogió el camino del olvido,
y avanzó con su cansancio,
arrastrando su pesada decepción.
Fue a buscar algún consuelo,
y no encontró más que amargura.
Se sintió desubicada …
como barco a la deriva,
y tomó un rumbo incierto …
que le trajo hasta mi orilla.
La encontré sobre mi playa …
agotada del siniestro …
del que tuvo que escapar.
Me di cuenta que la hirieron,
tan profundo y tan punzante,
que asolaron su ilusión.
Me miró con desconfianza,
y se encerró en su desengaño,
solo quiso descansar.
La tristeza inundó sus emociones,
la privó de su sonrisa,
se cerró en su despecho,
la dejé en su aislamiento
y espere por largo tiempo,
que se cure las heridas,
y que sane su abatido corazón.
Fueron meses de total alejamiento,
enmarcados de distancia,
agolpados de silencio.
De ansiedad acumulada,
de aprensión e infortunio.
Se calló todo el espacio,
y apeló a la soledad.
Un buen día, muy temprano,
vi abrirse sus ventanas …
y pudo entrar de nuevo el sol.
Iluminó su bello rostro …
y encendió mi corazón.
Me miró muy dulcemente …
y volvió a sonreír.
Así comienza nuestra historia …
Ahí inicia nuestro amor.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
No hay comentarios:
Publicar un comentario