Sembrar la mente,
con sutiles ideas,
de cristalinas fuentes,
de pensamientos fieles,
de verdades auténticas.
Del manantial transparente,
beber hasta saciar,
de amor, apasionadamente.
Sembrar las manos,
de noble fortaleza,
que apriete con firmeza,
de caricias perfectas,
su estructura.
Sembrar sin dudas,
la enorme Madre Tierra.
De sangre la cordura.
Sembrar los labios,
de besos no de ofensas,
que el freno de la boca,
de acero marfileño,
no guarde el odio,
ni de suelta al agravio.
Sembrar de esencias,
de salivales mágicos.
Sembrar el corazón,
de cálida ternura,
latido tras latido,
prestar ayuda,
con cada aliento un viento,
que alivie la locura.
de fantasías la cordura,
de nobleza la duda.
Sembrar de voces,
que arropen, que descubran,
del núcleo la razón,
entre las nieblas,
cuajadas de espesuras,
verter la voz,
sobre una mente pura.
Una aventura,
de noble corazón.
Sembrar los ojos,
de sinceras miradas,
rayos de luz en las tinieblas.
Sobre las pupilas,
la mágica esperanza,
de un futuro mejor,
perdido entre rastrojos.
Sembrar templanza.
Sembrar justicia,
para los sin voz,
no se siembre la hambruna,
ni toquen los clarines
y hacer legal la guerra.
Sembrar respeto, no ofensa
y que el odio no cunda,
ni sembrar avaricia.
Sembrar, en fin,
de amor y vidas frescas,
de tibias brisas tiernas,
de emociones auténticas,
de verdad y razón,
barrer notas siniestras,
del doble diapasón,
sembrar abrazos
y pan, en las miserias.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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