Llegaste como propuesta, con una sonrisa prestada de tu pasado y una alegría por alcanzar en cada momento, tu caminar melancólico y nostálgico me dio varios motivos para un poema, pero con este desastre: que te digo.
Si las derrotas no supieran tan amargas, te
invitaría a pasar, a beber un poema a cantar una canción. Nos sentaríamos al
atardecer y contaríamos lo que la vida nos ha regalado en estos últimos 30
años, que sin darnos cuenta pasaron.
A veces
la vida se nos va, queriendo arreglar un sueño, escapando de las pesadillas,
escribiendo una canción o desbaratando la noche para armar nuestro día y luego
a la mañana siguiente, volver a cometer el mismo error de siempre.
Tú ya conoces mi vida voy de borrones y
tachones, de tarde en vino y de estribillos a mitades de un sueño que no logro
terminar, por consejos de mi almohada. Eso sí, volando en busca de nuevos aires
y cantos viejos.
Muchas de las veces, la tarde me sorprende
buscando en el firmamento el aliento que perdí, cuando cruce los desiertos de
un desamor y la inclemencia del recuerdo, me llevo al fastidio y termine desmayado
con la fiebre de tu pasión.
De la vida no me quejo, me ha dado grandes
alegrías y a la muerte nunca he esperado, me gusta la paz de un atardecer y el
resplandor de un nuevo día; pero no cambio, por nada, la noche oscura
recorriendo tu cuerpo que me mata de amor.
A veces mi verso se quiere colar por la
rendija de tu corazón, como la luz entra en ti, cuando ríes, cuando cantas;
cuando dices esas cosas que me hacen ir del cielo al infierno, para después
dejarme sentado bajo el árbol prohibido del Edén.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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