Envuelta la justicia en celofán,
agrietadas las manos que perdonan,
el respeto en su afán desarbolado,
rendida la razón en los que odian,
no sabe de derechos la mazmorra,
ni lloran de dolor los que se van.
Una palabra, tan solo una palabra
y un gesto reclamando libertad.
En la tétrica noche se la lleva,
bajo la sucia capa de la envidia,
nunca jamás descansa la mentira,
bordada de oro y plata por demás.
Al borde se retuerce la codicia,
sabe más de matar que de justicia,
durmiendo va viviendo la desidia,
que va vistiendo al necio en su diván.
El rojo amanecer en fuego ardiendo,
arropa con su luz la desnudez,
un fuego universal que arde sintiendo,
en su ceguera la falta de verdad.
No se seca el sudor con el deseo,
ni las lágrimas ruedan sin motivo.
El mar no se conforma con ser mar,
quiere ser un dios embravecido.
Palabras, más palabras, más secretos,
vorágine de sombras y de encuentros,
una tierra brutal de hierro y truenos,
un nutrido arsenal de miedos y desprecios.
Se ha roto la razón por la mitad
y ronda la verdad por los aleros,
zurcidas la cabezas con la urdimbre,
de nuevos y vacíos sentimientos.
Doblado el corazón viviendo estanco,
en pétrea solidez sigue menguando,
la dura sordidez de sus encantos,
se ha vuelto de papel, página en blanco.
Que salve la razón vida y quebranto,
con la emoción sencilla de un anhelo,
que sabe a corazón enamorando,
un rayo entre la luz que se ha deshecho.
Libera de prisión los sentimientos,
desdoblando el amor que quedó preso,
abriendo el corazón cerrado en falso,
que el egoísmo ha herido con su acero.
Renueva la ilusión que se ha perdido,
entre siniestros y oscuros recovecos.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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