sábado, 5 de septiembre de 2020

PERDIDOS EN EL ZAGUÁN.

Suave brisa que acaricia,

leve sonrisa que anima,

verso que al amor se arrima,

como el poeta a la vida.

 

Enjambre de sensaciones,

que acuden como aguacero,

salpicando de emociones,

cada poro, cada nervio.

 

En la emoción contenida,

vibrante nota aquietada,

el pensamiento se agita,

como una hoja a la deriva,

en una apacible balsa.

Se paralizan los ecos,

de vibrantes madrugadas

y se van quedando hueros,

los sentimientos y el alma.

 

Recuerdos en el cajón,

envueltos como regalos,

que van quedando olvidados,

como sueños sin color.

Insatisfechos deseos,

de finas sedas bordados,

en el desván empolvados,

como un viejo acordeón.

 

Tierno gesto que conmueve,

la mirada que sublima,

la idea que se pergeñó,

una brillante pupila,

que la emoción ilumina,

unos labios que palpitan,

henchidos por la emoción,

esos vellos que se erizan.

 

Prendido en la realidad,

busca el amor su destino,

sorteando los caminos,

desiertos, sin transitar.

La voz le susurra al viento,

para que le lleve lejos,

donde su esencia sembrar,

el nido donde morar.

 

Vacías las calles quedaron,

como desiertos lejanos,

como fútiles deseos.

Así, se quedan los versos,

entre notas desechados,

en el vacío pululando,

como efímeras estrellas,

sin luz en el firmamento.

 

Brillante anduvo la vida,

cuando brilló el sentimiento

y se quedaron los egos,

en el zaguán, sin salida,

entre sombras y neblinas.

Resplandeció el pensamiento,

en la nobleza que obliga,

el sentido y el respeto.

 

Suave brisa que acaricia,

tierna voz, que de sencilla,

alumbra el entendimiento,

beso que no se arrodilla,

aunque en el labio esté preso.

Amor que nunca se humilla,

aunque el odio se haga el dueño,

aunque se quiebre la vida.

 

Verso que no tiene prisa,

cuando su gesto es sincero,

enarbolando la rima,

para acariciar su acento.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri.

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