Envolví con mis piernas tu cuerpo...
Mi universo ardía de deseos
se desbordaba en llantos
al extrañar tu presencia...
En un arrebato
me abracé a tu cintura,
te besé como loca
mientras me habría campo
buscando
perdida el faro como guía
hacia aquello que tanto
mi cuerpo apetecía...
Te desnudé con palabras
que lentamente susurré...
Te acaricié con letras
que inventaba
al paso de mi boca por tu piel...
Te hice agua con mi lengua
que se
paseaba sin afán...
Tu cercanía me humedecía
te
hundía en mí,
te escondí en mi calor,
Te envolví sigilosa...
Llevaba minutos esperándolo,
ansiando tu llegada,
dibujando te amos en el aire,
soñándote en mi cama...
Dancé sobre tu humanidad,
te inventé caminos nuevos,
besos distintos
con sabor a bienvenida,
te escribí versos,
que tatué con saliva
en tu piel erizada...
Me abracé a tus brazos
que me rodearon con dulzura,
me dediqué a cada poro de tu piel,
a cada parte de tu ser...
Con devoción te recorrí:
¡Te hice mío como por vez primera!
Con tanta delicadeza
que dibujaba a mano alzada líneas
que antes pasé desapercibidas,
Te amé con calma, si lo hice...
Entre tanta prisa que tenía,
entre lo locas de mis ansias,
tomé mi tiempo,
el suficiente para que sintieras...
¡Cuánto lo extrañé!
Me premiaste con tu voz,
pronunciando
mi nombre...
Cuando no pudiste
contener los suspiros,
entonces, solo entonces,
te ofrecí mi pecho
y el arrullo de mi corazón,
te ofrecí la calma,
te ofrecí lo tersa de mi piel,
te ofrecí un grito apagado,
casi extinto
que provino del alma
mientras,
te abrazaba con más fuerzas...
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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