Día y noche se fusionan,
de abrazo fetal preñadas,
anocheceres y auroras,
de vorágines reposan,
de amores y odio impregnadas.
Sutiles encrucijadas,
donde luna y sol se acoplan,
guerra y paz mudan y tornan.
Tibia luz tornasolada,
de matices irisada,
sutiles son la miradas,
que de reflejos se embriagan,
penumbras que quieren ver,
con la luz de la mañana,
y despertar las sospechas,
que acechan aletargadas.
Clamor que llama y reclama,
de sutilezas variadas,
rumor que acude y se agranda,
tornando voz en soflama.
Hay voces que como espadas,
cercenan, rajan y matan,
el clamor muta y exclama.
De sol a sol la siembra,
manos de puro acero,
surcadas de penurias,
de luces y aguaceros.
Preñada está la tierra,
de sangre de los dedos,
de cicatrices múltiples,
de cada aliento nuevo.
Día y noche de la mano,
contemplando al humano,
con los ojos perlados,
del rocío de los vicios,
amores en los dedos,
en el rostro los rictus,
de pasión o de enojo,
de ternura o suplicio.
Se va yendo la aurora,
dando la espalda al mito,
de soslayo mirando,
de los sueños sus hijos,
un ráfaga de aire,
un paternal suspiro,
una emoción cambiante,
amor en el solsticio.
Amores entre luces,
en las sombras translúcidos,
como estatuas de bronce,
se han quedado sus mimos.
Una fracción de tiempo,
un cariño infinito.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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