Lejos del calor y del abrazo,
distancia que separa la cordura,
metro y medio,
o la total distancia,
la inmensa eternidad de la locura.
Palabras inalámbricas huidizas,
digitales imágenes que vibran.
Se ha adueñado del tiempo,
la malvada y maléfica.
Una sombra chinesca,
pletórica de dudas.
No importa el nombre,
ni el color, ni la raza,
ni el acento siquiera,
volátiles palabras.
No importan los ropajes,
ni vestimenta alguna,
ni importa la estatura,
ni el color del cabello,
ni las manos huesudas.
En la audaz singladura,
se ha quedado en el centro,
en el profundo núcleo,
en el vértice opuesto,
en el abismo lóbrego,
en el íntimo instinto,
en el leal sentimiento,
se ha quedado la vida,
replegada hacia adentro.
No hay banderas ni símbolos,
ni furiosas trompetas,
ni siquiera un suspiro,
ni una voz que se altera.
Una esperanza asoma,
llamando tras la puerta,
con los nudillos rotos,
con el alma dispuesta.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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