La libertad se diluye,
si se frena el pensamiento,
se va enquistando la esencia,
del valor de los derechos,
y la vida se adormece,
queda la mente en barbecho,
la luz, torna mortecina,
y el raciocinio se pierde.
Al borde de la locura,
vaga el soñador sin rumbo,
entre vapores y efluvios,
de febril asintonía,
demudado rostro vahído,
sensaciones que se agolpan,
como rimeros de vidas,
como repetidos versos.
Se pierde la libertad,
si se pierde el compromiso,
va cayendo el sentimiento,
se retuerce el idealismo,
se hace a un lado la verdad.
Las ideas se sacrifican,
si vive el ser sin principios,
si ensalza la vacuidad.
Se fue perdiendo lo ingenuo,
el cinismo se hace el dueño,
y van cayendo las hojas,
del libro de los secretos.
Las voces ya no son cálidas,
no hay ternura en el encuentro,
creciente la soledad,
del sentir que vive dentro.
La libertad se oscurece,
niebla espesa que subyuga,
con el temor de los cánticos,
va creciendo la locura.
Amar deja de ser mágico,
y oculta el sol lo que dura,
la pasión su empuje pierde,
si el egoísmo perdura.
Candiles en el zaguán,
donde la libertad se desnuda,
y de enriquecer su afán,
quiere traspasar la duda,
la puerta entreabierta está,
para abrirla sin mesura,
luces que al vivir titilan,
buscando un punto y final.
Sin dudar el amor cura,
en su extenso caminar.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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