El Sol se oculta tras la Luna de plata,
y caminan más lentas las ideas,
y acuden más deprisa las nostalgias,
se van bordando de oro las estrellas,
y salen ya las sombras, antes dormidas,
tras las luces de las tardes que se acaban.
Y en ese devenir de luz y sombras,
se va forjando el cuerpo, se templa el alma.
Sueña el niño con la vida y el viejo vive sin
sueños,
el amanecer palpita, para los dos sin saberlo,
mientras la vida camina paralela entre los
dos,
dando a cada cual el sueño de la vida que
soñó.
La aurora al niño vigila, junto al viejo que
la abraza,
y la noche a ambos enlaza el sueño que se forjó.
La aurora acuna a ambos cuerpos sin dudar,
y el amor, ronda los lechos por igual.
Cabalga, siempre cabalga, el alazán de la
vida,
y en su montura, a horcajadas con sus dudas,
el ser vacila en su lomo, como la veleta gira,
al capricho de los vientos que la obligan,
al albur de los vaivenes que da la
cabalgadura.
Y como un funambulista vacilando en el
alambre,
caminan, siempre caminan, la glotonería y el
hambre,
unos con sus llenas tripas, otros vacíos y
hambrientos
Perdida en las nebulosas de la frágil
existencia,
vive anclada la conciencia esperando
comprender,
mientras el amor comienza, en su sueño a
despertar,
es la vida al caminar la que vuelve a renacer,
buscando a otras viejas vidas o a las nuevas
por nacer.
El tiempo anuncia el camino en su eterno
acontecer,
y son más ciertas las dudas y más clara la
experiencia,
más profunda es la cordura, la locura es más
ligera.
En los hombros va pesando con el paso de los
días,
soportando entre los ojos avatares y
embestidas,
como arietes empujando las puertas que la
limitan,
y como pájaros locos deambulan entre las
vidas,
sin mirar, que en los rastrojos se van
quedando,
los restos y las partículas de la esencia de
los años.
La voz, pausada o altiva, se eleva sobre los
cerros,
para abrazar lo que venga o despedir lo que
irrita.
El viento no tiene acento, ni color ni lengua
alguna,
tanto azota como roza y a veces, hasta
acaricia.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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