viviendo una vida, otra de muchas,
que no es la mía.
Me despierto entre la bruma de tantos olvidos;
sé que he soñado, pero... ¿Qué he soñado?
¿Será cierto que acaso sin saberlo,
cada noche cruzamos el Leteo?
Pero solo recuerdo que estoy dormido,
en una habitación que no es la mía;
y sé que estoy soñando que amanece,
cuando ya voy despertando poco a poco...
y entonces quedo confundido:
¿Estoy despierto o estoy dormido?
Todo es silencio,
y entre la bruma de tantos olvidos,
siento una voz muy sensitiva,
una voz de mujer mandona;
una voz grave, pero dulce, amorosa...
Sí, una voz que quiero recordar,
y ese tono melodioso me llega desde el olvido,
con cuerpo de mujer delgada,
y al mismo tiempo fuerte,
casi erótica.
Sí, es esa voz de mujer mandona,
que quiero recordar entre dormido y despierto,
y solo reconozco ese tono grave,
que me llega como una orden.
Una orden que viene desde la distancia de siglos.
Es la orden de una voz sin palabras,
una voz que ya no existe,
que apenas reconozco luchando contra el olvido:
¿Qué esperas? ¡Tómame!
¿Qué esperas? ¡Viólame!
Y solo siento tu llanto desesperado que me llama,
en medio de la soledad que te acompaña,
mientras yo, perdido entre la bruma del olvido,
-con la ayuda de Virgilio-
voy silenciosamente, cruzando el río.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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