Y esperar que el manto de la noche arrope mis soledades y tu ausencia lacerando los recuerdos y la necesidad de saber de ti. Me urge buscarte, ir a tu lugar de trabajo, ofrecerte mi hombro, para descargar las frustraciones y el mal trato de la nostalgia, que cuenta los días de tu partida.
Al clarear el día, no soporte más la incertidumbre de no saber de ti y al llamar a tu trabajo me hablaron de ti, de la mujer nueva que ahora eras. Tu caminar resuelta por la vida, de cómo enfrentas sola los molinos de vientos que antes fueron gigantes, sentí orgullo de ti, al saber que eras la mujer que siempre soñada, tus ojos con nueva luz y enamorada de ti misma retando al espejo.
Pensé en las aguas mansas de tus ojos, ahora batidas con la fuerza de Neptuno, que huracana tus días. Lo que siempre soñé de ti, dando sentido a mi masculinidad, enseñarme a ser proveedor, amarte como mujer que escribe, sin recurrir al auxilio de nadie, ahora te abres camino en medio de lobos desdentados que caen, de asombro a tu lado al ver tu fuerza, valor y determinación.
Me gusta tu mano escribiendo tu propia historia, volando como cometa con el carrete, el hilo y el viento a tu merced. Lo más parecido a tu vida es un quetzal o el rostro y presencia femenina del quetzal en una dama, que no rechaza que le abran la puerta del auto, pero no lo rechaza. Ya no eres más aquella mujer bajita y tímida, encerrada en silencios y oscuridad ante la vida buscando cobijo.
Estoy impactado por tu nueva sombra de luz, ayer te vi al salir de tu trabajo e ir hacia tu carro, eras otra, eras Tu. Me quede pensando en lo que dicen, que nada es para siempre. Solo aparecemos en la vida de otros, para caminar juntos un trecho de la vida y luego, nos devuelven al primer encuentro y caminan solas, como tu ahora y siendo así tu abandono, me hace sentir orgullo de tus logros.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
No hay comentarios:
Publicar un comentario