me topé con un consuelo de lentejuelas.
Ella me preguntó por la llaga que brota;
dice que por los ojos se me nota.
Por no derramar lágrimas de macho,
de prisa, la risa entre penas desabrocho.
Desgrano la espina, de a poco y casi nada,
que aprieta el pecho, como una apuñalada.
Ella me interroga sobre mi cruel pasado;
por su insistencia, yo me sentí acosado.
Pero pasamos largas horas sin cobertura,
donde me opuse a que me quitara la vestidura.
Aunque vengo con el corazón embestido,
y le entregué todo mi silencio en salida;
mientras ella, su dulce labio, me besaba,
también cicatriz en el corazón llevaba.
Ella anda maquillada con exceso de sonrisa,
supongo que sus penas las lleva en su cartera,
pero yo no logro ocultar ni con mi camisa
y toda tristeza sale hasta en mi billetera.
Después de todo, casi el alma me desnuda;
yo le dije que no y le agradecí la ayuda.
Es bella de carne joven, mujer legítima,
sin embargo, me negué a su oferta íntima.
Porque es un amor de piel desconocido,
convertida en loba por el brillo del oro;
porque es una mujer sin apellido,
un antifaz con alma de cordero.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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