Que no se calle el cantor,
aunque esté ausente,
pues su canto latente,
siempre vive,
eterno permanece,
como un bisturí la carne hiende,
llegando al corazón,
anidando en su sangre.
Cuando calla el cantor,
lloran las mariposas,
las praderas se agostan,
lo verde torna a marrón,
y el trino del gorrión,
se vuelve como fúnebre.
Que no calle el cantor,
aunque la Tierra tiemble.
Que se cubran de notas,
las libertades, y las gotas,
de la lluvia constante,
y las rompientes olas,
y el amor sin fronteras,
que las bridas se rompan,
y el canto se haga el dueño,
de las profundas horas.
Que no calle el cantor,
pues cuando canta,
también cantan las hojas,
mecidas por la brisa, y las alondras,
los poemas recitan del poeta.
Que cante el cantautor,
que no calle su voz en la tormenta,
que el tiempo se detenga.
Cuando calla el cantor,
no se oye al alma,
y hasta enmudece el son,
de estivales cigarras,
reina la chicha calma,
no se oye al ruiseñor,
ni el respirar, ni nadan,
en el agua las ánades.
Que no calle el cantor,
pues el amor se apaga,
y se rompe el latido,
y la voz se acobarda,
que no calle el cantor,
porque hasta el aire falta.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri