Pienso en que todo aquello dado por Dios
tiene consuelo y necesaria usanza
como lo tiene la sólida y firme esperanza
como las flores, los cielos y los ríos…
Son para el hombre sensible y abatido
el cardumen de sus propias albricias,
numen incontenible de tiernas caricias
que al espíritu mantiene sometido.
Castigo, en cambio, encuentra el poeta
en la desdicha de ser su propia saeta.
Brújula que apunta donde mismo:
El estrellado cielo nocturno.
Dolido, angustiado, triste y taciturno
se perfila como quien habita el abismo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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