Una figura de tez clara como de mármol,
imponente y segura se viene hacia mí.
Su contoneo se abre paso en la habitación
y yo quiero paso franco en su ser de avena.
Hacerme cargo de su satisfacción,
retirar con hidalguía su ropa interior negra
hecha de encajes que tratan de contener
la abundancia de su voluptuosidad.
Se me hace agua la boca y la cabeza
obsesionada me exige poseerla.
La deseo porque es voluptuosa.
Entre sus tetas, el valle de Pandora
contiene todos sus misterios de mujer
hábil, tierna, despiadada y formidable.
Ella anhela que la navegue peca por peca,
aferrado a su pelo corto
en una travesía de embates repetidos
como de música para bailar horizontal.
Mi cincel impúdico esculpe
los arpegios de un orgasmo efervescente
que nos impregna a los dos de una estela
olorosa, brillante, lúbrica, caliente.
Mi amiga sabe manejar el manjar corporal,
se incorpora en sus tacones puntiagudos,
altos, negros, peligrosos.
Le pedí que no se los quitara mientras hacíamos el amor.
Sus manos tejedoras, su traviesa boca
interpretan delicias en mi flauta
dispuesta por su melodía
y mezclan con avidez la estela y las notas...
Me dejo conducir por la mujer, mi amiga,
que yo llamo obra de avena y vainilla.
La forma delirante cómo se maneja
en los placeres y su forma de ser,
es lo que me hace dedicarle éstos versos.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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